Max Weber, un clásico en el estudio del tema, ofrece como ejemplos históricos de burocracias importantes y desarrolladas la de Egipto en el periodo del nuevo Imperio, el principado romano de última época, la iglesia católica romana desde finales del siglo XIII, China desde la época de Shi Huangti, los Estados europeos modernos y la gran empresa capitalista moderna.
En las universidades mexicanas el fenómeno de la burocracia tampoco es una novedad ni una moda. Con el explosivo incremento de las universidades, matrícula y profesores después del Movimiento Estudiantil del 68, promovido por el gobierno de Luis Echeverría, como una forma de acercarse a un sector social altamente explosivo y demandante, aparecieron múltiples desafíos, entre otros, el burocrático. No es que allí se inventó ese mal, por supuesto, pero un amorfo e incontrolado movimiento expansivo, motivado por el clientelismo político, fue caldo de cultivo donde germinaron o se fortalecieron varios problemas, como la improvisación de docentes y las prácticas de simulación de las estadísticas sobre matrícula para obtención de mayores presupuestos.
La definición de un cuerpo institucional como burocratizado se explica o mide por distintos indicadores, entre otros: la forma y tamaño del organigrama, la proporción entre personal académico versus personal administrativo, las instancias o esferas que constituyen el sistema nervioso y de donde diman las decisiones estratégicas, el tamaño y complejidad de sus regulaciones normativas, la exhaustividad de sus procedimientos, la inversión financiera que consumen los procesos administrativos que soportan las funciones sustanciales.
La burocracia es una estructura necesaria en las organizaciones; sin embargo, se convierte en un lastre cuando sus prioridades, sus tiempos, sus formatos y disposiciones dictan el ritmo de una institución educativa, cuando asume la primacía en la organización. La burocracia ha conquistado el terreno más relevante cuando se trata de cumplir en tiempo y forma con sus pautas a costa de sacrificar las funciones que le dieron sentido; es decir, cuando aquello que deben sustentar, la academia o la cultura, pasan a segundo o tercer términos. La burocracia se instaló en una institución cuando se forma una gruesa capa de conceptos administrativos que copan las agendas académicas. La burocracia gana terreno cuando las instituciones se convierten en universidades de papel, como describiera tan lúcidamente Luis Porter la metamorfosis universitaria.
La universidad se burocratiza, en fin, cuando se divide en dos, una la real y otra la formal, la que dibujan los discursos y documentos, pero que no sustentarían los protagonistas. Es entonces cuando una cada vez más insoportable pesadez burocrática puede asfixiar a una institución vital. No en balde Mafalda, el sagaz y encantador personaje de Quino, llamó a su tortuga precisamente “Burocracia”. Y en su más reciente libro, “Lugares con genio”, Fernando Savater no duda en calificarla como parte de lo más negativo del siglo XX, porque “posterga laberínticamente las más urgentes demandas humanitarias”.
La burocracia universitaria en México alcanzó cotas de excelsitud en aquellos años que vieron nacer el programa, cuyo nombre no quiero mencionar, cuando las universidades pasábamos meses y meses y meses planeando lo que haríamos el año siguiente, mientras que ese año siguiente planeábamos lo que debíamos hacer el otro siguiente, y así, al infinito, sin que llegara el pausado tiempo de las ejecuciones, o se disfrazara con simulaciones que derivaron en formas casi irrisorias, como rendir informes técnicos de la evolución de indicadores académicos cada tres meses. En fin, esa historia no es grata ni quiero recordarla.
Quizá aquella descripción de que las universidades son como elefantes en un aeropuerto expresa con elocuencia qué puede significar una burocracia, que de ser un medio se convirtió en el leitmotiv. En instituciones burocratizadas, es decir, dominadas por la racionalidad de las formas y las normas, los procedimientos pueden ser impecables, pero al requerir una buena dosis de autoritarismo e indiferencia, indolencia o sumisión, sus procesos y prácticas podrían haber perdido los signos vitales sin que nadie se haya percatado, certificadas como estaban por maravillosas e impolutas normas de excelencia.