La pandemia recargó tareas en dos actores que no tuvieron posibilidad de opinar o proponer: maestros y estudiantes con su familia.
En redes sociales propuse seis preguntas a maestros para conocer su experiencia con la estrategia de enseñar y aprender en casa. Les cuento algunos hallazgos, basados en 23 respuestas.
Los comentarios generales se agrupan en dos bloques: quienes no la comparten y quienes la ponderan como la mejor posible, aunque algunos aceptan que es inadecuada para todos los estudiantes por desigualdades habitacionales, tecnológicas y sociales.
Quienes rechazan, afirman “haber sido lanzados al ruedo sin la debida capacitación en las plataformas que trabajarían”. Sugieren que ya se termine el ciclo y comiencen los preparativos del siguiente. Uno de los maestros cuestiona que la decisión se orientó por criterios políticos: atender al mayor número por cualquier vía, sin precuparse por la calidad.
Una maestra y madre expone datos precisos de su grupo: “4 de los padres tienen computadora, los otros 20 usan recargas con celular”. En telesecundarias hay bajas considerables de estudiantes porque empezaron a trabajar o migraron para emplearse. Esas realidades, dolorosamente, se repetirán.
También hay optimismos desbordados: es bastante buena, óptima para las necesidades de la actualidad. Más cautos, otros matizan: me gusta siempre y cuando tenga ajustes.
Hay maestras que son también madres, hijas, esposas y amas de casa. El peso de la responsabilidad aumentó. Una maestra de colegio particular confiesa: “mi salud mental está en riesgo”.
Los costos corren por cuenta de los docentes: internet, aire acondicionado, mayor consumo de energía eléctrica o de teléfono celular. Más tiempo invertido.
Un aspecto comparten con los niños: extrañan el contacto cercano, la presencia de sus alumnos.
Las sugerencias son cortas y puntuales: revisar planes de estudios y tiempos; reordenar actividades; planear estrategias diferenciales para contextos heterogéneos; centrarse en lenguaje y matemáticas; ajustar formas de evaluar; capacitar a los maestros en tecnologías y regresar al aula.
WhatsApp es el mecanismo más usado para la comunicación entre maestros y familias. En la mayor parte la relación es muy buena o mejoró; en otros casos, es poca, nula o está mediada por la dirección. Una conclusión alienta: ambos están aprendiendo.
A pesar de la denuncia de situaciones que afectan emocional y profesionalmente el trabajo docente, sus respuestas no caen en extremos. Entienden la complejidad del reto, las dificultades de planear una estrategia adecuada y sus propias carencias, pero encaran el desafío con profesionalismo.
Mi reconocimiento y admiración para maestras y maestros que entendieron que no podemos desfallecer; que tenemos derecho a agotarnos, pero que a la mañana siguiente, otra vez, debemos poner buena cara. Por los niños y por nosotros.
No sabemos cómo será la educación después de la pandemia, pero estoy seguro que en las escuelas de Colima tenemos personas para que sea distinta y mejor.