Hace unos días se presentaron los resultados del Censo de Población y Vivienda del 2020.
La radiografía ilustra avances en el desarrollo del país y sus persistentes zonas críticas.
Me concentro, por supuesto, en los datos de la educación, que se exploran con 4 de las 27 preguntas del capítulo Población.
En principio, sabemos que somos 126 millones de habitantes, que el crecimiento es más lento; las mujeres, mayoría y la población paulatinamente envejece y modifica la pirámide, despidiéndonos de a poquito del llamado bono demográfico.
La cosa no es sólo estadística. La composición mayor o menor de grupos juveniles o adultos cambia necesidades y perspectivas en todos los ámbitos, de la salud al trabajo, la recreación a la educación. La pregunta que debemos formularnos es si el país está preparando la transición que ocurrirá en dos décadas.
En educación hay buenas noticias. El grado promedio de escolaridad aumentó dos grados escolares en dos décadas. Hoy es de 9.7. En Colima, de 10 grados, es decir, primero de bachillerato.
El analfabetismo también se redujo notablemente en este siglo, al bajar de 9.5 por ciento de la población mayor de 15 años, a 4.7, aunque esa cantidad todavía representa a 4 millones y medio de mexicanos iletrados. Colima es uno de los estados con menos población en esa condición, junto a Baja California Sur y Aguascalientes.
Creció también la población que asiste a la escuela en todos los grupos de edad, aunque todavía 6 de cada 100 niños no están en la escuela primaria o secundaria.
Hay claroscuros, como se aprecia en esta muestra. El país avanza aunque debe acelerar el paso y replantearse metas, como no reducir la alfabetización a sólo aprender a leer y escribir, competencias insuficientes para el siglo 21.
Los retos son de calidad y en el derecho a la educación. Antes de la pandemia 5 millones 300 mil niños de 3 a 17 años estaban fuera de la escuela. 600 mil más que hace 5 años.
Con sus avances, el país sigue en deuda con esos millones de niños que no están en la escuela, con los millones que se desconectaron en los meses de pandemia, con los analfabetas y con los jóvenes que todavía no tienen la posibilidad de asistir al bachillerato o la universidad.
Nunca hubo tiempo que perder, pero hoy menos.