¿Es un capricho volver a las aulas a finales de este mes? ¿Cuáles son los argumentos y evidencias que sustentan la decisión del gobierno federal? ¿Cuánto dinero destinarán los gobiernos federal, estatales y municipales para que todas las escuelas públicas tengan las condiciones mínimas frente a los riesgos de la pandemia?
Esas y otras preguntas surgen ante el reiterado anuncio de la vuelta a clases presenciales. Son todas relevantes, pero hay una todavía más importante: ¿a qué escuela volverán o ingresarán los estudiantes que así lo decidan?
No me refiero al edificio, a las instalaciones o infraestructura; pregunto por el proyecto pedagógico: ¿cuál es el modelo que ofrecerán las escuelas públicas mexicanas a los niños y jóvenes que asistan a las aulas y a los que decidan quedarse en casa?
El tercer ciclo escolar en tiempos de pandemia está lejos de los inicios habituales de clases. Esta vez lo acompañan incertidumbre, temor y enfado en grados considerables. ¿Qué señales de alegría vislumbramos en las próximas semanas? Hoy no hay.
En Colima la cosa parece menos alentadora. Escasea la información sobre el plan pedagógico y las condiciones; además, persiste la sombra de la crisis financiera del estado y los próximos pagos al magisterio en su nómina y prestaciones.
A veces la historia es cruel. O nosotros somos ingenuos, porque suponemos que no hay forma de estar peor, o que ya tocamos fondo.
Intento ser optimista, pero me cuesta sostener el ánimo.
Hace algunas semanas dije aquí que sería deseable que los gobiernos entrante y saliente trabajaran de la mano en la preparación del ciclo escolar nuevo. Creo que el sentido de la responsabilidad y las condiciones exigían un trabajo de transición inédito. No veo huellas en esa dirección.
Unos y otros serán, cada uno en su momento, responsables del largo letargo pedagógico que se cierne sobre el sistema escolar.
Espero estar absolutamente equivocado.