Nunca tantas personas, en tantos países, en tan poco tiempo, escribieron, hablaron y opinaron sobre la educación como en estos meses de pandemia.
La cantidad de seminarios web, conferencias, reuniones, artículos y videos donde se analiza la educación en tiempos de confinamiento hace imposible conocerlo todo.
Podríamos suponer que es un hecho positivo, porque se demuestra la centralidad del sistema educativo más allá de los edificios escolares, porque la institución llamada escuela, qué duda cabe ahora, estructura en gran medida la vida social, familiar y privada.
Casi todos, de alguna forma, estamos afectados o influidos por lo que en ellas sucede. Si pensamos en el futuro, más nos vale que lo hecho en las escuelas esté bien hecho, porque el presente de las escuelas es el futuro de las sociedades.
Después de la salud y la economía, la educación es el tercer gran tema mundial. Podríamos suponer que eso es positivo. Pero de toda esa parafernalia discursiva, ¿cuánto se convertirá en decisiones políticas sensatas o audaces? Lo que sea preciso en cada circunstancia. ¿Cuánto ayudarán a diagnosticar correctamente y trazar alternativas?
¿Cuánto de todo ese caudal de palabras pronunciadas o escritas penetrará en el corazón de los sistemas escolares para su transformación?
Desde la Secretaría de Educación Pública las cuentas siguen siendo muy alegres. A contracorriente del mundo, en nuestro país ya dimos un salto cualitativo y estamos enseñando como si no hubiera pandemia. No es la actitud más honesta ni responsable.
En su columna del 31 de octubre titulada “Educación, hacernos guajes”, Manuel Gil Antón repasa la demagogia del secretario y recoge citas textuales, como esta joya: “El aprendizaje no se detuvo, la educación siguió con dos prioridades: la inclusión mediante una amplia cobertura y la excelencia al trabajar sobre los aprendizajes esperados dentro de los planes y programas de estudio”.
Sobran esas declaraciones carentes de autocrítica.
Una de las grandes lecciones que podría aprender nuestro país del confinamiento pedagógico es la necesidad de escuchar a los protagonistas y construir con ellos. Generar una cultura de participación inédita, con consejos técnicos genuinos y no simulaciones, con instancias colegiadas que fortalezcan las prácticas educativas.
No es fácil, pero es necesario. Si el presente de las escuelas es el futuro de las sociedades, no podemos esperarnos mucho más a edificar un porvenir venturoso.