La escuela es un espacio de instrucción y cruce de culturas. En ella se manifiestan y, a veces, aplastan diferencias. También es un ámbito de poder, de naturaleza política y pedagógica, irrenunciable en su condición primigenia: construcción social en torno a la cual conviven niños y adultos con finalidades formativas miles de horas durante varios años.
En la infancia los niños solo pasan más tiempo en casa que en la escuela; su influjo es decisivo en el futuro de las personas y las sociedades.
Los maestros no están obligados a transformar vidas, cometido descomunal para los sujetos en lo individual, pero tienen el poder de provocar cambios o generar inquietudes perpetuas en sus alumnos.
Estos enunciados de carácter más o menos abstracto se pueden explicitar en sentidos múltiples. Lo que sigue es más simple: quiero compartir la alegría que ayer tuve en una escuela de la cabecera municipal de Coquimatlán, Colima.
A propósito de la realización del Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes en el nivel primaria, visité algunas escuelas de la muestra que coordina el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. Ayer correspondió, sin razón específica, la escuela Alberto Larios Villalpando. Caía lluvia fina, pero en la puerta no esperamos. Pasamos a la pequeña dirección, donde la directora atendía a una maestra y una practicante de pedagogía, la primera, alumna mía algunos años atrás. Escuché a la directora durante unos minutos, en su mirada y vivacidad. No me contuve y se lo dije después de intercambiar saludos: ¡le gusta su trabajo, maestra, lo vi en sus gestos y la escuché! Me contó de sus años en la docencia y en esa escuela.
Luego fuimos a las dos aulas donde los niños presentaban la prueba de matemáticas. Al fondo, niños corrían tras el balón y gritaban felices. La hora del recreo es la más feliz de muchos alumnos. En las aulas todo era calma y silencio; la mayor parte de los niños terminaron muy rápido la prueba. Saludé y conversé con nuestros aplicadores; todo cordialidad. La directora se alejó un poco con discreción, pero escuché el abrazo cariñoso de una niña que se despidió de ella porque migrará. Me sumo a la charla breve. Por las edades me recuerda a Mariana Belén, a quien imagino en ese momento en su salón, contestando la misma prueba.
El viaje debe continuar y me despido de la directora. Me cuenta de otros maestros, de los exalumnos míos que allí laboran: Araceli e Ignacio, en clases en ese momento, y Elma Luxiola. A todos los recuerdo muy bien. Ella llama a los primeros para que vengan a saludarme. Fue un momento emotivo, por las palabras de los maestros y por el afecto que percibí al reencontrarnos, con Nacho, después de 20 años. Me alegró el recuerdo y las muestras de cariño. ¡Un momento jubiloso! Los abracé y salimos, sonriente, desatando recuerdos.
Tengo por convicción que el respeto y la admiración a los maestros no se observan el 15 de mayo, menos en los discursos o documentos oficiales. Que el respeto o la gratitud genuina afloran cuando los años colocan los recuerdos en su justa dimensión, cuando se valora la tarea. Ayer lo reconfirmé y agradecí en silencio la profesión elegida.
María del Rosario
Felicidades Juan Carlos, me gusta tu oportunidad para escribir, y la pasión con la vives la profesión , está semana me tocó revisar la nueva curricula no puedo dejar de recordar las clases junto con la maestra Graciela Cordero, esa es una forma de rendir tributo, encontré cosas igual algunas modificaciones bastante interesantes, que fue e que ver con esa parte humana de la enseñanza para que alumno desarrolle su aprendizaje , sin descuidar la parte formativa, como persona integra, capaz de entender al otro, de interactuar ante la diversidad, mediante el respeto y la tolerancia, me hice muchos cuestionamientos, comparto uno ¿ podremos dar o propiciar lo que no tenemos?
Juan Carlos Yáñez Velazco
Querida amiga:
No, no se puede dar lo que no se tiene. Los maestros explicamos lo que sabemos, enseñamos lo que somos.
Recuerdo siempre esas clases de la maestra Graciela; momentos también irrepetibles.
Un abrazo.
Norma Leticia Sanchez Torres
Así es Dr Juan Carlos, esta profesión es muy humana, y cuántas veces renegamos de los maestros por tantos trabajos, tantas tareas, cuantos ensayos, reportes de lectura, pero al final. Cómo agradecemos su tiempo corrigiendo y revisando nuestras actividades, que si bien no las valoramos al principio, cómo nos sirven en nuestra realidad práctica del quehacer profesional. Por ello aprovecho para agradecerle su apoyo y asesoría en mi tesis profesional de licenciatura y por tantos recuerdos que revive en mí en mi paso por la Facultad de Pedagogía. GRACIAS
Juan Carlos Yáñez Velazco
Estimado Norma:
Trabajar con gente como tú es muy fácil y placentero, por su capacidad, compromiso y entusiasmo. Soy el agradecido de la oportunidad.
Un abrazo.