El fin de semana comenzó el fútbol en el país. Lo supe por las conversaciones de los otros empleados en la mesa del desayuno. No lo sigo desde hace tiempo; entonces veía uno o dos medios partidos antes de, casi siempre, dormirme de aburrimiento. Luego privatizaron la mediocridad y debes pagarlos, así que agradezco no tener la tentación de perder tiempo y dinero sentado dos horas, comiendo y bebiendo.
El encono de los fanáticos de la oficina es agudo. La discusión subió de tono. En lo álgido del intercambio, uno me mira distraído y pregunta: ¿y tú, los viste?, ¿a quién le vas? No, no los vi. No supe que había. Respondí lacónico.
Las expresiones y muecas, los guiños entre ellos apenas los percibí, porque no quise verles la cara.
Los caballeros continuaron discutiendo, y hasta sellaron alguna apuesta para el próximo partido. Yo seguí en el juego más importante: estar en el mundo, en el mío.