El inicio de ataques de Estados Unidos y Reino Unido contra la milicia huti en Yemen expande la violencia y desata otro foco de preocupaciones en el mundo. También será una sección nueva, aunque fugaz, en los programas noticiosos. La guerra parece lejana siempre, esas guerras. Como las de Israel contra Palestina, o Rusia contra Ucrania. Algunos de esos países probablemente no podríamos identificarlos en un mapa. Pero las guerras existen y los muertos duelen. Aunque nosotros libramos batallas propias contra la violencia y la estupidez gubernamental, aquellas me conmueven.
Con ese pensamiento y otros llego a la oficina. Empiezo mi tarea con la displicencia habitual. Recojo unos papeles, reviso, ordeno según los criterios del manual, luego coloco en carpetas que otra persona llevará a los espacios designados. En el receso para alimentos, normalmente varios estamos en la mesa de la pequeña cocina improvisada. Se cuentan chistes, chismes y los resultados de partidos y juergas. Pocas veces cambian los asuntos. Termino pronto el sándwich y regreso a mi espacio. La guerra viene conmigo. Abro la computadora negra y escribo en el buscador: Guerra. En instantes me informa: “Cerca de 1,410,000,000 resultados”. Abro los primeros, paso rápido los ojos.
Una página argentina describe cronológicamente las guerras en el siglo XX. Mentalmente cuento: sólo en 15 años no hubo guerras en algún rincón del planeta durante todo el siglo. Una revista de la Unesco, de 1970, contabilizó 100 guerras y conflictos armados después de la Segunda Guerra Mundial, entre nacionales e internacionales.
La historia de la humanidad es también la historia de las guerras. En El silbido del arquero, Irene Vallejo, es decir, Eneas, su protagonista, exclama: “Hemos sobrevivido a la guerra, que es la locura de los hombres…”.
El resto de la jornada lo realizo en silencio, procurando no hacerle la guerra a nadie, evadiendo la locura de los hombres, por lo menos unas horas.