Diario de un hombre sentado en la plaza

Día 50. ¡Volvió el loco de la plaza!

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

Durante los meses transcurridos desde que apareció intermitente en mi banca de la plaza, aprendí a reconocer sus pasos. No habría imaginado jamás que tendría esa capacidad. Su paso es acompasado, firme, lento, con una cadencia singular producida por la cojera leve de su pierna izquierda. Hoy, a dos metros de mí, fui más veloz que él a la hora de hablar.

-¿Qué es el hombre? -le pregunté.

Lo sorprendí, como ladrón en medio de la habitación iluminado con una luz potente. Su cara de asombro resultaba cómica. Sin decir nada, se sentó y movió la cabeza de arriba abajo.

-¿Qué es el hombre? -repitió la pregunta.
-Sí, ¿quién eres? ¿Quién habita en ti? -le rematé.
-¡Qué más da! No importa quién soy. Por cierto, hoy estás inquisitivo y veloz de oído.
-Sí, me sorprendí yo mismo -le dije y solté una sonrisa.
-Pascal se respondía a la pregunta con un pensamiento inteligente, más de lo que yo podría elaborarte ahora. ¿Aceptas que le copie la respuesta a tu pregunta?
-Acepto, anda. Dime, ¿qué decía Pascal? -le pedí.
-El hombre en la naturaleza es una nada con respecto al infinito, un todo con respecto a la nada, y un punto medio entre la nada y el todo.
-Interesante ese Pascal. Te confieso que no lo estudié en el bachillerato y prácticamente no sé más -le dije sin pena.
-Blaise Pascal fue un matemático y filósofo muy importante, que vivió en el siglo XVII. Menos de 40 años, suficientes para dejar una huella honda. Entre muchos aportes, inventó una máquina de calcular. Y fue rival del más conocido creador del Discurso del Método.
-¡Descartes!
-¡Exacto, René Descartes!
-¿Y por qué tomas esa idea para responder a mi pregunta? -lo atajé.
-Porque es un pensamiento sugerente. Somos todo o nada, depende de donde nos colocamos. En el universo no somos nada, polvo apenas; pero, al mismo tiempo, somos una máquina maravillosa, con capacidades y posibilidades extraordinarias. Somos nada, como sujetos individuales, pero casi inmortales como especie.
-Entonces, reconociendo nuestra maravillosa pequeñez, tendríamos que aprender a vivirla. Disfrutar cada día -expresé, para probarle que entendía su razonamiento.
-Por lo menos eso. Sí.
-Es una muy buena razón para disfrutar cada día -concluí en tono entusiasta.
-Eso creo, colega. Es hora de irnos. Tú a la oficina; yo, a mi vagabundeo, antes de que el Sol se encienda y me empape la ropa en las calles.

 

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