Diario de un hombre sentado en la plaza

Día 68. Aves de paso

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

Hace dos días, al llegar a casa, me sorprendió la imagen de un hombre joven frente a la puerta. Hurgaba entre las plantas, que ahora crecen presurosas por las lluvias.

-¿Qué haces? -le pregunté extrañado. Se levantó y me mostró una botella de plástico.
-Estoy dándole agua a un pajarito que está por aquí entre sus plantas y no puede volar. A usted lo conozco -me dijo afable, para tranquilizar la hostilidad de mi interrogación-. Vivo cerca, vi al pájaro y quise ayudarle.

Apenado, le agradecí y bajé del coche. Mientras él caminaba a su casa, salí a buscar al animalito. No era tan pequeño como imaginaba, pero sí, todavía en desarrollo. Lo perseguí unos metros hasta que lo acorralé. Con un trapo entre las manos, para no lastimarlo, lo tomé con cuidado y traté de revisarlo. Su cabeza no tenía lesiones aparentes, ni en el cuerpo o las alas, pero sí en la cola. En su lado derecho tenía un par de plumas; en el izquierdo, una pelada. Supongo que por eso no podía volar.

Lo solté en el patio trasero, esperando que volara, pero sólo podía caminar rápido y trastabillando, como cojeando. Tal vez una pata estaba herida.

Recordé que muchos años atrás mi madre me había regalado un par de sus pericos australianos, que vivieron un tiempo y luego murieron. La memoria fue prodigiosa y la encontré donde guardo los tiliches; sucia, pero en buenas condiciones. La limpié, puse en ella un periódico viejo y metí con cuidado al ave. Cerca de casa hay una tienda de mascotas, así que fui a comprar una bolsa de alimento. La noche estaba cerca, por suerte, todavía estaba abierta. Sólo tenían bolsas de kilo, así que pagué los 30 pesos, sin saber si gastaría siquiera tres. Creí que podría recuperarse al día siguiente.

Luego de un rato, cuando volví, estaba muy vivo, a juzgar por sus cantos y alboroto. En la noche, mientras veía la televisión, lo escuchaba por la ventana. Primero me sorprendió la potencia canora. Luego creí que podría estar buscándolo la madre, o él llamándola.

A la mañana siguiente, antes de salir a la plaza, fui a revisarlo. Le puse agua, alimento, y limpié un poco el periódico. Lo tomé con cuidado, probé a soltarlo en el patio y no, no estaba listo. No sé qué tontería le dije, pero me despedí de él y por la noche volví a verlo. Ahí seguía, inquieto. Por la noche, de nuevo cantó. Menos que la primera vez, pero me alegró.

Esta mañana, la tercera en casa, amaneció muerto cuando fui a buscarlo. Estaba todavía tibio. Sus ojos negrísimos miraban a ninguna parte. Los míos se entristecieron. Algunas hormigas minúsculas empezaban a hacer su parte. Esquilines, los llaman en mi pueblo. Eran cientos ya. Lo cubrí en una bolsa de papel, mientras cavaba un pequeño hoyo en el patio. Cuando terminé la maniobra, dudé un segundo qué hacer. Una tristeza inusitada me cayó como rayo. Lo tomé entre las manos, lo sentí frágil y con cuidado lo puse en el fondo del agujero. Eché la tierra encima y de pronto, un canto cercano, como el suyo, me taladró. No supe si maldecirme o reconformarme, si debí dejarlo brincar en las calles hasta levantar el vuelo, con los riesgos del azar. Lo único cierto es que hoy su jaula está vacía, hueca como mi ánimo.

Related Post

Leave A Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.