Cada semana paso a la misma miscelánea para comprar los faltantes en la despensa. Limones, manzanas, chocolate, tortillas, queso, leche, cosas así. Prefiero comprar ahí que en los supermercados, excepto cuando la lista se alarga. Hoy llegué temprano. Mientras espero en la fila de pago, me detengo distraído en el único periódico impreso que circula en la ciudad. ¡Pobrecillo, cómo adelgazó en estos años! La nota principal es la ola de violencia que cobró un puñado de víctimas en el estado durante el fin de semana. La tranquilidad también es asesinada cada día. La fuerza de los discursos gubernamentales no sólo es insuficiente, sino inoperante. Borges tiene razón: creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos.
No sigo las noticias, a veces, por azar, aparecen en el radio del auto, pero en general soy indiferente, no ante las muertes cotidianas, sino por cansancio ante el flagelo incesante. Ya sé que cerrando los ojos, o los oídos, el mundo no se detiene, ni la violencia goza de vacaciones. Pero eso, por lo menos, me regala un poco de la paz interior que falta en las calles.