Diario de un hombre sentado en la plaza, Sin categoría

Día 48. Una mañana fuera de la ciudad

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

El hombre que pasa algunas horas de cada semana sentado en la banca de una plaza pública, este día cambió escenario. Son vacaciones. Hoy no observará el desfile de mujeres a su misa, de niños y mamás rumbo a la escuela, ni de los jóvenes bachilleres, tampoco de los trabajadores a sus distintos empleos. Ni al panadero, al hombre de la bicicleta, al policía local.

La ciudad, desde ayer, está semivacía, cerraron muchos negocios, abundantes en el centro de la ciudad.

Quiero escaparme de estas calles. Tomo el termo de café, una botella de agua y un libro. Salgo de la ciudad sin rumbo fijo, hacia la cadena montañosa que cada mañana me observa desde la derecha. Media hora después encuentro el nombre de un pueblo que he escuchado varias veces, y con la incertidumbre del destino, detengo el auto en un espacio sombreado, abierto. Bajo y encuentro un sendero de enormes árboles que indican agua cerca.

La mañana es fresca. Solitaria. A pocos metros aparece un arroyo de poco cauce y enormes piedras lisas; me parece sitio perfecto para estacionarme. Me pregunto: ¿cómo llegaron estas enormes piedras aquí?

El ruido del agua serpenteando entre las piedras es más sonoro que la cantidad del cauce, que se estaciona cada tantos metros en pequeños estanques naturales, formados con ramas y hojas. La huella humana es visible: una botella verde de tapa morada en uno de esos remansos, otra de color rosa, de champú o detergente, un trozo de pantalón azul y bolsas atoradas entre las ramas de los arbustos. La huella humana es la parte fea de todo esto. No busco más indicios.

Elijo una piedra grande de forma regular donde pueda sentarme y dejar mis objetos a la mano: la botella, el café, el libro.

La mañana es ideal para pasar algunas horas, hasta que me duela el trasero o el hambre despierte.

Dos horas pasaron entre aquel arrullo. De pronto, escucho el crujido de las hojas. Atento trato de adivinar el origen: humano o animal de cuatro patas. El ruido crece, con desparpajo. Me tranquiliza. A pocos metros escucho un saludo amistoso, un hombre joven, camisa deportiva decolorada, del PSG o del Barcelona, no lo adivino; pantalón corto de tamaño superior al portador.

-Está fresca el agua -me dice.

-Así parece -le respondo.

-Voy a bañarme -contesta a la pregunta que no le hago.

-Ándale.

En las manos lleva un visor negro y un pequeño arpón que afila en una piedra. Otro objeto amarillo sobresale en su mano pero no lo identifico.

Sigo mi lectura y olvido al bañista moreno. Sin buscarlo, de pronto, lo veo clavado en el agua, horizontal, inmóvil, y me detengo a observarlo. ¡Qué extraña forma de bañarse!, pienso.Sale de pronto del agua, de unos treinta centímetros de profundidad, y me percato entonces de que el objeto amarillo es una lámpara. ¿Qué busca en la base de las piedras? Lo que sea, no es asunto mío, así que tomo mis objetos, me levanto y camino hacia el auto.

La mañana ha sido casi perfecta. Ojalá también para el cazador extraño que sigue en lo suyo.

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