Comienza un nuevo ciclo escolar en las condiciones más atípicas de la historia. 30 millones de estudiantes, más o menos, volverán a los cursos en modalidades remotas, la mayoría frente a una televisión, algunos en línea y otros a distancia.
Las expectativas son moderadamente pesimistas, a mi juicio. Que la apuesta fuerte del gobierno federal sea el uso de la televisión no es el problema, sino el proyecto que la sustenta. Pero demos tiempo para juicios severos, o no.
Ayer escuché las afirmaciones vertidas días atrás por el economista argentino, Alejandro Morduchowicz, explicativas de lo que sucede: la inquietante falta de preparación de los sistemas educativos para la improvisación. Contra la idea tópica de que los mexicanos son buenos para la improvisación, las llamadas “mexicanadas”, en el terreno de las políticas y estrategias educativas no asomó todavía.
A pocas horas del arranque del año escolar esa incapacidad se observa por doquier y produce esta incertidumbre abundante entre maestros, directivos, padres de familia y niños. Es verdad que no estábamos preparados en marzo, pero desde entonces ya transcurrieron seis meses y no puede escapársenos la tortuga de las manos.
La apuesta de una conferencia vespertina encabezada por el secretario de Educación para aclarar dudas sólo despertó más y engendró malestar. Ayer leía, por ejemplo, que ya no hubo ni tiempo para preguntas. Las que observé me resultaron decepcionantes.
Me preocupan, como padre y estudioso de temas educativos, varios cabos sueltos, pero uno pondré en la mesa ahora: el peso que deberán cargar los maestros en la estrategia. Puede ser desmesurado y destrozarlos si no se procuran condiciones distintas a las de Aprende en casa versión 1.
Explico. Cuando el secretario de Educación dice que los maestros tienen que buscar a cada familia y cada niño y establecer acuerdos de la comunicación entre ambos, la cosa es sensata, pero cuando afirma que los maestros habrán de trabajar al ritmo que les marquen los horarios de los padres, siendo entendible, parece injusta, porque entonces significará que los maestros podrían laborar 18 horas por día, atados a necesidades y condiciones familiares. El tema, entiéndase, no es unos contra otros, o unos u otros, está en juego la salud física y emocional de los maestros que, no podemos olvidarlo, tienen su propia vida como mamás, hijos, esposas, parejas, hermanas… Tiene que haber límites y reglas claras; también por los padres y madres.
Esos detalles revelan alguna sensibilidad gubernamental sobre las difíciles condiciones de las familias, con un poco de demagogia: ¿cuáles serán, a cambio de un esfuerzo que cotidianamente puede ser descomunal, los apoyos que tendrán los maestros? ¿Cómo se concretará la revalorización del magisterio en tiempos de pandemia?
Sin decisiones radicales, como más presupuesto para los maestros, fortalecer las escuelas para la pospandemia y cumplir los compromisos plasmados en el artículo tercero constitucional, por ejemplo, con programas de atención a las poblaciones marginadas en educación básica (escuelas de tiempo completo, desayunos), con la buena voluntad en palabras es claramente insuficiente.