En 1991 tuve la oportunidad de ingresar a la Universidad Nacional Autónoma de México. Cursé primero la maestría; en la década siguiente me gradué como doctor en Pedagogía. En mi comité asesor tuve dos profesores argentinos, una franco-mexicana y dos mexicanos. Privilegiado. ¡Qué duda cabe!
Soy orgullosamente egresado de la Facultad de Filosofía y Letras, una de las mejores en América Latina.
Durante los varios años que tuve la posibilidad de recorrer los pasillos de la Facultad descubrí la más insospechada diversidad que podía suponer cuando, desde mi pueblo, soñaba con estudiar en la UNAM.
En algún momento fui también, por voto directo, uno de los dos estudiantes en el Consejo de la División de Estudios de Posgrado.
En aquellas reuniones extraordinarias conocí a todos los coordinadores de los programas de posgrado. Asistí y participé en las reuniones periódicas y aporté poco, pero aprendí un montón al lado de aquellas figuras respetadísimas en sus distintas áreas, encabezadas por la filósofa Juliana González, directora de la Facultad.
La Universidad Nacional significa, para mí, la más absoluta libertad y heterogeneidad que pueda imaginarse en una institución educativa de este país. Para mí la UNAM no son sus autoridades o rectores. No son las oficinas de planeación. Son los mil mundos que se experimentan desde sus preparatorias o Colegios de Ciencias y Humanidades, hasta sus doctorados, institutos de investigación o espacios de difusión cultural.
Eso es la UNAM. Y mucho más. Pretender reducirla o descalificarla es un exceso de simplismo. No es perfecta. Ninguna institución educativa lo es. Las universidades mexicanas están llenas de vicios, sin duda. Son perfectibles y cuestionables. Pero está claro: una universidad que se propone transformar a la sociedad debe estar dispuesta a transformarse a sí misma.
Por eso, con toda su diversidad, y errores, las universidades deben persistir, aunque debamos reinventarlas. Pero ese proceso sólo es admisible si el cometido es mejorarlas, renovarlas, nunca someterlas.
La universidad es diversidad. El pensamiento único, aprendí con José Saramago, es un contrasentido. O es diverso, o no es.
La UNAM, como la Universidad de Colima, o son heterogéneas o tenemos que reinventarlas, pero desde el lugar de la pluralidad, no desde mesianismos ni ocurrencias.