Carl Honoré, periodista y escritor canadiense, escribió un best seller sobre el movimiento mundial que se extiende a diversos ámbitos: Elogio de la lentitud. Una pausada invitación a reflexionar sobre la condición humana, el tiempo y el sentido de la vida. El libro es altamente recomendable, por supuesto, aunque uno transcurra su jornada cotidiana lejos de las escuelas o el mundo de la enseñanza.
Contra el precepto máximo, lo leí de prisa, interesado en esos momentos por aplicar sus ideas a mis propias elaboraciones sobre una escuela diferente, en un tiempo donde priman la velocidad y la superficialidad, a veces el sinsentido.
Luego de escribir un comentario sobre la obra, Carl respondió en Twitter con gentileza y un perfecto español, que comprobé en nuestra conversación por mensajes directos. Le conté mi proyecto de escritura y recomendó que leyera otro de sus libros, dedicado especialmente al tema educativo: Bajo presión. Cómo educar a nuestros hijos en un mundo hiperexigente.
Es un interesante, ágil y documentado repaso sobre experiencias educativas en distintas partes del mundo desarrollado, en donde buscan revertir o replantear el lugar del tiempo y los exámenes, la primacía de cronos sobre kairós, el estudiante como persona o como rehén del currículum.
El capítulo 6, “Escuela: tiempo de pruebas”, fue escrito a partir de recoger lecciones en escuelas estadounidenses, británicas, finlandesas y australianas, principalmente. Sus conceptos y conclusiones son contundentes y merecen la atención de padres y escuelas. Aquí les comparto algunos:
-“…el argumento de que una mayor cantidad de exámenes y trabajos es el mejor modo de preparar a las mentes jóvenes para la vida en el siglo XXI comienza a estar desgastado”.
-“El enfoque centrado en los exámenes puede trastocar las prioridades en la clase, desde luego, y propiciar que los profesores enseñen con vistas al examen en vez de promover el verdadero aprendizaje, la imaginación y la resolución de problemas”.
-“Una de las conclusiones que ha extraído PISA es que normalmente las mejores escuelas, públicas o privadas, poseen una elevada autoridad sobre su programa y presupuesto”.
Carl me sorprendió gratamente con ideas que resultaron reveladoras en la búsqueda de alternativas a la escuela rutinaria. En Finlandia, por ejemplo, los niños se descalzan en la escuela, como pueden andar en casa, para sentirse cómodos; o padres que en países desarrollados renuncian a clases particulares porque confían en los maestros y las escuelas públicas.
Aquí ideas de ese tipo son inusitadas, pero un día han de ser posibles, estoy seguro, aunque eso requerirá un cambio en las mentalidades, no solo de las escuelas y los maestros, también de los padres, lo cual es claro en el ejemplo que nos comparte de instituciones coreanas o japonesas donde los padres se opusieron a la suspensión de clases los sábados, una medida que pretendía aliviar la estresante vida estudiantil.
El séptimo capítulo se dedica a un tema de creciente importancia, aunque menos debatido de lo necesario en nuestro país: el tiempo de estudio y para las tareas en casa. Un asunto que podría ser más relevante con la medida que busca presidencia de la república al flexibilizar el calendario escolar. Al respecto, afirma Carl Honoré: “Los expertos están también replanteándose qué tipo de deberes es más efectivo. La mayoría recomienda aparcar las tareas más pesadas –los ejercicios de matemáticas y de ortografía– en favor de trabajos que estimulen a los niños a pensar en profundidad y reforzar la imaginación”.
No es fácil el cambio educativo, pero posible y necesario, como enseñara (y repito incesante) Paulo Freire.