Diario de un hombre sentado en la plaza

Día 21. Despertar amargo

Posted by Juan Carlos Yáñez Velazco

A las 3:45 de la madrugada sonó el teléfono fijo de casa. Pensé que era una pesadilla, pero continuaron los timbrazos. No me levanté. A los teléfonos fijo ya sólo llaman los bancos, extorsionadores y empresas que cobran deudas. Y durante estos meses, las encuestadoras. Por lo menos es mi experiencia. Como no me interesa responder a nadie, ni espero nada, no atiendo llamadas. Menos a esa hora, por supuesto.

Con el sobresalto perdí el sueño. Estuve dando vueltas en la cama, persiguiendo sombras, escuchando al ejército de hormigas que vive de noche en la habitación y los ruidos de la calle. Así se fueron dos horas. Cuando empezaba a dormitar de nuevo el despertador no tuvo clemencia. Como zombi hice las tareas del café y el sándwich.

Llegué cansado a la banca en la plaza, con ojos irritados, mal humorado y un poco tembloroso. El ánimo no me provoca las mismas ganas de todo los días tomar los primeros rayos del Sol, observar el paso de los chiquillos a la escuela, de las señoras a misa, ni el tránsito vehicular.

No será el mejor de los días y en la oficina tendré que soportar la tediosa preparación de un inventario que solicitan al comienzo de cada año.

A veces es difícil mirar la vida con ojos medianamente optimistas. Pienso y cierro los ojos para evitar el sol. En días así preferiría ser una alcachofa en el refrigerador. O un pepino. Mientras elijo y me imagino la escena, divago, hasta que una imagen a los lejos me absorbe. En la esquina doblan una madre mayor con otra persona que apenas camina, arrastrando los pies. El esfuerzo es desmesurado. La lentitud congela. ¿Madre e hijo? No lo sé, pero me conmueve hondo el viacrucis que observo este miércoles.

Vuelvo a mi realidad. Me siento afortunado y con un poco de vergüenza recojo el libro, el termo y salgo a la oficina con la mejor actitud posible.

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