En casa, mientras llega la noche profunda, escucho en un “corto” a Fernando Savater. El controvertido filósofo español explica su cese del periódico “El País”, del cual fue protagonista durante 47 años. Acusa la filiación progubernamental y su complacencia justificatoria. Asume sus críticas, las de Savater, a los independentistas e izquierdistas, a contracorriente de la línea editorial del diario. Lamenta que solapen al que califica como el peor gobierno español democrático después de la dictadura franquista.
No conozco mucho del tema. Leo pocas noticias, no soy más que un pobre oficinista gubernamental. De analista político nada. Me falta, sobre todo, interés por pasarme horas leyendo y tratando de convertir la información en conocimiento. Advertido el hecho, confieso mi admiración por don Savater. En tiempos así, donde las tentaciones del autoritarismo gubernamental y sus adláteres, como los calificó, pasean por todas partes, que algunos personajes encumbrados en la vida intelectual se atrevan a enfrentar los fenómenos descritos alienta.
Creo, como don Savater, que la prensa no debe estar al servicio de un gobierno de izquierdas o derechas, aquí o allá, ni progresista o autoritario. Que debe tener principios y banderas, de acuerdo: democracia, justicia, equidad, derechos humanos, bienestar, humanidad, solidaridad… Que el sentido de la prensa no es servir a gobiernos como empleados, es decir, como adláteres. Que asumirse como porrista, o palero, viene bien para fanáticos o partidarios, si lo desean, pero no para la prensa profesional. Eso creo, como don Savater.