Me gustan los amaneceres lluviosos. Si tuviera que elegir una postal idílica, el escenario perfecto contiene amaneceres naranjas, nubes grises por la mañana, atardeceres azules y cielos nocturnos oscuros, con lluvia intermitente.
Los días con viento fresco me traen recuerdos lejanos del lugar donde nací. Llovía más que en la ciudad, y con la lluvia las calles, nuestros juegos y la merienda cambiaban. La escuela también era distinta. Todo lo disfrutaba mejor. Eso, o me inventé imágenes en el baúl memorioso.
Hoy no puedo decir lo mismo, porque hemos cambiado, como las lluvias de entonces. Con la lluvia fina que nos baña, no podré salir a la plaza para sentarme en la banca, observar la peregrinación de transeúntes, de objetos y animales que forman un microcosmos singular, el propio y de una zona de la ciudad a ciertas horas del día. Me quedaré en casa hasta que sea hora del trabajo, buscaré un estacionamiento cercano a la oficina, llegaré tal vez mojado, saludaré cortés como siempre y luego buscaré mi sitio. Mientras, tomó un café oloroso, me siento en la salita, enciendo la televisión, abro YouTube y pongo el canal de Tim Janis, para oír el canto de los pájaros que no escucharé en el parque.