Día esplendoroso después de las lluvias. Cielo azul y viento fresco. El tiempo perfecto para sentarse en la banca de una plaza, de cualquier plaza que comparta el mismo techo. Me arroba el celeste que cubre nuestras cabezas. Lo observo y me surge una pregunta: ¿el cielo está vacío o está lleno? Luego otras. ¿Si está vacío, se llena cuando lo invaden las nubes? ¿Está lleno de planetas, estrellas, cometas…? ¿Dependerá de cada uno la respuesta? ¿Es subjetiva u objetiva la contestación?

Intrigado, esta vez me son indiferentes los personajes matutinos. No atiendo el desfile de todos los días. No miro a las mujeres de la misa, ni a los niños escolares, ni a sus madres, ni a los mascotas y sus paseantes. Los autos no me interrumpen, ni el panadero y su canasto. El silbato del agente vial tampoco me distrae.

Lleno o vacío. Vacío o lleno… Sólo bajo la mirada del cielo cuando siento un leve dolor en el cuello. El tiempo pasó sin percatarme. Es hora de la oficina. Las preguntas sobre el cielo me persiguen y corro antes de que me caigan encima, de que me caiga el cielo, vacío o lleno.