Mañana extraña. El viento mece las hojas como enfurecido, queriendo arrancarlas y llevarlas muy lejos. No es el entorno óptimo para sentarse en la banca de una plaza, entrecerrando los ojos y la boca para no tragarse los polvos que corren sin sentido. He preferido estar aquí, pese a la incomodidad, y no llegar antes a la oficina. Es un código que tenemos y respeto: entramos y salimos cuando nos corresponde, en reciprocidad fiel con la de nuestros jefes que se sienten eternos, o que creen que pronto saltarán a una silla mayor, en una oficina más confortable y con una carga de trabajo inversamente proporcional a su salario.
No tengo ganas de leer, ni puedo mirar con tranquilidad así que estoy nomás sentado. Una imagen me viene a la cabeza. El loco, sí, el loco de esta plaza me salta de nuevo a la imaginación y me entran dudas angustiosas. Lo había pensado antes, un instante, y espanté la idea cambiando la tele a algo divertido. Hoy volvió con fuerza: ¿me estoy volviendo loco? ¿Existe el loco, o es un invento de mi cabeza delirante? Dudo, vacilo.
Me deslizo por la superficie de las preguntas. Encuentro alguna razón para creer que no es real, o lo es por mi imaginación. Sí, debe ser, pienso, porque aparece cuando un resorte íntimo lo invoca, aunque no lo advierta. Si llega cuando lo pienso, es mío, soy yo. ¿O no?
Una voz a mi espalda me sacude. Quedo frío.
-Hoy estás como Cioran.
-¿Como quién? -le respondo intrigado. Sí, es el loco. O el filósofo.
-Como Emil Cioran, un filósofo rumano, pesimista, desencantador. Ideal para suicidas que quieren comprarse boleto al más allá, para desahuciados hartos de esta sociedad.
-Estás muy motivador, eh -le digo con ironía irritada.
-Cioran fantaseaba en sentirse como una piedra o un vegetal. Y ahora, desde que te vi hace un rato, inmóvil, pasmado, esa imagen me vino a la cabeza.
-Ah.
-¿Qué preferirías? ¿Ser una piedra o un vegetal? -me pregunta.
-Una piedra, para ser eterno. O casi. Aunque también me gusta la idea de ser un vegetal, para desaparecer pronto, por ejemplo, cuando llegas y me provocas con tus preguntas.
Su risa sonó estridente, escandalosa y la escuché todavía diez metros después, cuando ya doblaba por un andador del jardín.