Un par de líneas detienen mi lectura matinal: “Entre los doce dignatarios nazis que decidieron crear los campos de exterminio más de la mitad tenían un doctorado”. Levanto los ojos de la página. Contemplo un pájaro volando alrededor de los alambres que afean la avenida. Musito la frase que aprendí de memoria. Vuelvo a la hoja. Una mosca me picó.
El autor es irrelevante.
Pensándola bien, no me sorprende la constatación. La juventud, ser mujer o altamente escolarizado no otorgan certificado de bondad, virtud, capacidad o limpieza de corazón.
José Saramago confesó en la ceremonia donde recibió el Nobel que la persona más sabia en su vida no sabía leer ni escribir: su abuelo.
Es decir, que ser doctor, doctora (de mala o buena universidad) no está reñido con ser hijodeputa.