Sentado en la banca de la plaza, temprano todavía, escucho una nueva cancioncita de alguna candidata a no sé qué cargo. No puse atención, aunque las letras, de mal gusto unas, pegajosa otra, me revientan los oídos. Van tres rocolas motorizadas en estos 40 minutos de desintoxicación matutina.
Cuando ya no escucho más los estribillos me viene a la memoria Platón, quien pensaba que el gobierno debería estar en manos de los mejores, de los sabios. Claro, esas palabras entonces tenían un sentido en muchos aspectos distinto a lo que tenemos ahora, por los niveles de exclusión ciudadana y los todavía más desiguales mecanismos de acceso a la “sabiduría” hace 25 siglos.
¿Tiene sentido pensar como Platón, actualizándolo a la época que vivimos?
¿Quiénes son los mejores hoy? ¿Quiénes son los más sabios o sabias? ¿Qué significa la sabiduría en estos tiempos de inteligencia artificial, tiktok, influencers y sociedades líquidas? ¿Qué significan en estos tiempos del todo vale?
Alguna vez leí que en el grupo nazi que engendró -maldita sea la hora- las cámaras de exterminio judío, la mayoría de los doce miembros eran doctores, de doctorado, no médicos.
Lo que está claro es que los grados académicos, es decir, el ritual de la escolarización no conceden certificados de “mejoría” ni de “sabiduría”. Es tonto pensar que si votamos por una doctora en ciencias, o una ingeniera, por ejemplo, ya la hicimos y nuestra sociedad irá mejor. También está comprobado que hay doctores y doctoras que compran títulos, los adquieren en escuelas basura o plagian sus tesis, y eso no es impedimento para llegar a las máximas tribunas o dejar de ser imbéciles.
¿Entonces?
Mi tiempo en la banca se terminó. Debo irme a la oficina con las preguntas sin respuesta. Por ahora.