En el umbral del siglo XXI, Carlos Fuentes sintetizó magistralmente un diagnóstico de los tiempos contemporáneos en conferencia dictada el 5 de marzo de 1996. El novelista mexicano propuso un decálogo para la nueva centuria. Comentaré los desafíos iniciales.
A su juicio, el primer reto es la vida: asegurar la posibilidad de la existencia humana frente al suicidio ecológico y la destrucción planetaria. El segundo, contener la explosión demográfica, especialmente en algunas regiones. Colocó después el fortalecimiento de los derechos de la mujer; enseguida, el replanteamiento de las relaciones geopolíticas del orbe y las asimetrías entre países desarrollados y atrasados. Las cifras de la pobreza en América Latina eran elocuentes: “En el informe que elaboramos los miembros de la Comisión presidida por Patricio Alwyn para la Cumbre sobre el Desarrollo, que tuvo lugar el año pasado en Copenhague, constatamos que en la América Latina la pobreza, lejos de disminuir, va en aumento: 60 millones más de miserables entre 1980 y 1990, hasta llegar en la actualidad a 196 millones de latinoamericanos con ingresos inferiores a los 60 dólares”.
En la década posterior la pobreza disminuyó relativamente, pero sigue lacerando. El informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), Panorama social de América Latina 2013, registró una disminución de la pobreza en números relativos, aunque en millones de personas no se reflejó. En 2012, 28.2% de la población latinoamericana era pobre, y la indigencia atrapaba al 11.3%; es decir, 164 millones de pobres y 66 millones de miserables. La evolución es sombría: 18.6% de población en pobreza extrema en 1980 correspondía a 62 millones; mientras que el 11.3% de 2012 equivale a 66 millones.
En la región, cuatro de cada diez niños, niñas y adolescentes son pobres; uno de cada seis menores es extremadamente pobre. Las cifras varían según grupos de países. Entre las naciones con mayor pobreza infantil total (Bolivia, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua), en promedio siete de cada diez niños son pobres. Entre los países con menor pobreza infantil total (Argentina, Chile, Costa Rica, Ecuador y Uruguay), casi dos de cada diez pequeños.
Aquel insostenible panorama (conjugado con muchas otras variables) condujo al ascenso de presidentes y presidentas con posiciones más o menos progresistas en Argentina, Chile, Brasil, Ecuador, Bolivia, Venezuela, Uruguay y Perú, que en distintos grados combatieron la polarización social, pero los pobres siguen siendo una realidad, y pobres son, principalmente, los niños, alumnos de la gran mayoría de las escuelas públicas en la región.
La interpelación de la pobreza a los sistemas escolares es directa. En América Latina buena parte de los estudiantes son pobres. Conviven escuelas normalmente pobres, con infantes pobres. ¿Existen pedagogías para educar en contextos de pobreza y para sujetos carenciados? ¿Están los maestros (muchos de ellos en las fronteras de la pobreza) preparados para educar a los hijos de los pobres?
Es posible educar a los hijos de los pobres, pero deben tener un empleo que les asegure pasaporte de salida de la pobreza o indigencia; con políticas sociales estructurales y sensibles, no solo con programas asistencialistas y electoreros. Sí, es posible educar a los hijos de los pobres, con proyectos pedagógicamente ricos, con maestros sólidamente formados y justamente pagados, en escuelas abundantes en recursos educativos y condiciones dignas. Esas imágenes, sin embargo, son todavía una experiencia lejana, una quimera para decenas millones de niñas y niños en América Latina.
Marina
Pongo el acento, si me lo permites, en la falta de compromiso con la justicia social de los educadores que estando bien formados prefieren mirar para otro lado, bien sea por dejadez, bien por interés en que se mantenga el status quo. Quienes tengan herramientas para el cambio deberían estar obligados a utilizarlas.
Juan Carlos Yáñez Velazco
Hola Marina, por supuesto, es una observación muy pertinente. El compromiso, la vocación, la ética del educador son vitales. Sin ellos no hay esperanza.
Un abrazo fraterno.