El martes pasado, durante la Semana Académica, Cultural y Deportiva por el 50 aniversario de la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad de Colima, presenté una conferencia titulada: “La educación que tenemos: las escuelas que soñamos”. En la primera parte esbocé notas para un diagnóstico de la educación, especialmente del país, aunque también analicé el caso de Colima.
Ni allá, ni en este espacio, cabe un cometido completo de esa magnitud, pero quiero compartir ahora algunos datos e invitarles a preguntarnos si la educación que tenemos es la que merecemos o, mejor, si es la educación que prometió el gobierno de la llamada “Cuarta Transformación”.
Las fuentes de los datos utilizados son oficiales: “Principales cifras del Sistema Educativo Nacional”, el documento que anualmente difunde la Secretaría de Educación Pública (SEP) en dos versiones, una completa, con más de 300 páginas; otra, abreviada en unos 130-140 folios.
En el repaso de la educación que tenemos salta un primer problema: la reducción del sistema educativo en estos años, como puede apreciarse en los datos de la imagen.
Entre los ciclos escolares referidos, el más reciente, el último del cual se tiene información, la matrícula se redujo de manera ostensible en el país, retrocediendo a la que tuvimos una década atrás. ¿Dónde están esos casi dos millones de estudiantes? ¿Cuál es la estrategia para la recuperación de cientos de miles de estudiantes de todos los niveles escolares? ¿Es aceptable la sangría, que no es estadística o fría, sino de infantes y jóvenes expulsados del sistema escolar?
Otra expresión del fenómeno de la insuficiencia en la atención, es decir, en el cumplimiento del primer paso del derecho a la educación, es que por cada 100 niños que ingresaron a primaria en el ciclo 2006-2007, sólo 28 culminaron su licenciatura en el ciclo 2022-2023. El desgranamiento del sistema es una tragedia que empieza desde la primaria, en donde cinco niños no continúan, y sólo 92 ingresan a secundaria. El bachillerato es la parte más estrecha del cuello, pues allí se pierden 30 estudiantes de cada cien de la generación. Una desbandada para la cual existen apenas tímidos y desacertados remedios nacionales.
Es una obviedad: el comportamiento estadístico esconde diferencias, pero también aflora las que existen entre estados como Chiapas, Oaxaca o Guerrero, en los cuales apenas concluyen la licenciatura 12, 12 y 15, respectivamente, mientras que en Ciudad de México (52 de cada 100), Nuevo León (45), Aguascalientes (42) y Querétaro (42) ofrecen probabilidades más venturosas.
La conclusión es lapidaria: una lotería divina o perversa fija probabilidades de obtener un título universitario, según la entidad de nacimiento. La inequidad es inaceptable y en esa materia, los programas del gobierno federal fueron incapaces de revertirlo, aunque las cantaletas insistan.
En Colima la situación no difiere, como puede observarse en la imagen alusiva. Los datos de 2023 los expuso el secretario de Educación el lunes en el mismo evento celebrado en el Paraninfo Universitario. La del ciclo 2019-2020 la tomé del documento de la SEP.
Considerando sólo la población en modalidad escolarizada para el ciclo 2019-2020, Colima perdió 16,557 estudiantes. ¿Dónde están? ¿Qué sucedió con ellos durante la pandemia? ¿Qué hizo el gobierno para recuperarlos? No hubo comentarios ni noticias del secretario Núñez. El silencio pretende esconder realidades.
¿Está invirtiendo más el país en educación? ¿Cómo fue el comportamiento del presupuesto durante esto que llamaron el “primer piso de la transformación”? Las noticias tampoco son positivas.
Podría continuar el recuento, pero no quiero extenderme. Repito la pregunta con estos indicadores claves para valorar el esfuerzo por lograr el cometido de que todos los niños y jóvenes estén en la escuela. No voy a aludir al otro gran indicador: calidad de los aprendizajes, pero lo que sabemos revela pobres niveles.
En resumen, la educación que tenemos en México es insuficiente, deficiente, inequitativa, mal financiada, está mal comunicada en su interior y es opaca ante la sociedad.
Si el primer piso de la transformación tiene esos cimentos, poco se podrá edificar con la continuidad de los mismos programas, políticas y patrones. Es clara la historia: los buenos proyectos no garantizan resultados; los sistemas educativos nunca avanzaron con ocurrencias.
¿La educación que tenemos es la que merecemos? ¿Es la que deseamos? ¿Qué futuro estamos construyendo?