Candente empezó el año educativo 2022. Las cifras de la pandemia se elevaron en el país, confirmando la nueva ola de contagios. La variante en boga llegó a Colima y su contagiosidad elevará una ya desbordada contabilidad. Así retornaremos a las clases.
Mientras la Secretaría de Educación Pública anuncia que todos deben regresar a las aulas, por lo menos diez estados tienen otros planes y no volverán cuando se decreta la vuelta oficial.
En las primeras horas de la semana las redes sociales se llenaron con mensajes por la decisión que paralizó actividades en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
En la crítica presidencial mañanera tocó el turno al Tec de Monterrey. Lo sucedido con el Centro de Investigación y Docencia Económicas es un capítulo pendiente.
Los desencuentros entre el gobierno federal y las instituciones de educación superior son recurrentes. Sorprende la persistencia en el conflicto, cuando las instituciones educativas necesitan comprensión, sensibilidad y, claro, exigencia de resultados y buenas cuentas.
El 2022 será otro año complicado para la educación. A los retos que impone la pandemia, se suman las consecuencias de los dos ciclos escolares en que millones de estudiantes debieron abandonar las aulas, o perdieron aprendizajes por las dificultades de permanecer conectados, fallas en la estrategia nacional o incompetencia pedagógica.
Además, el presupuesto será austero. Inaceptablemente austero. La misma receta para todos los males es insensatez a cielo abierto. Lo que precisa el sistema educativo es generosidad de recursos, con los controles necesarios, de acuerdo. Pero no austeridad a ciegas, contra todos los problemas, aunque lo que falte sean recursos.
De parte de los gobiernos lo que tenemos son recetas elementales, superficialidad. Así leo, por ejemplo, el decálogo que anuncia la Secretaría de Salud en Colima para encarar la pandemia. Más de lo mismo. Simplezas.
Lo dije y sostengo: la pandemia también exhibió la carencia de ideas, el déficit de proyectos sólidos, en los gobiernos y las instituciones. Antes y ahora.
Si no vemos una transformación sustancial de discursos y hechos, la pérdida del sexenio educativo estará cada vez más cercana.
Las víctimas están claras. Las secuelas pueden ser irreparables.